Neurotransmisores y hormonas, si es que hay diferencia entre ellos.
Al fin y al cabo no somos más que adictos patológicos a los
neurotransmisores. Estos son los que nos mueven, los que nos hacen seguir
objetivos, los que nos motivan a continuar en las peores etapas, los que nos
hacen disfrutar de los placeres más trascendentales o los más carnales y
mundanos.
Seguimos un compendio de principios (definidos o ambiguos) que son lo
que llamamos educación, saber estar, buen comportamiento, adaptación,
personalidad atrayente o cualquier nombre más que no describe nada distinto de
lo que es en el trasfondo: una cuidadosa y escrupulosa estructuración de la
dosis de neurotransmisores que nos chutamos, aprendida y pulida desde la más inocente
infancia hasta ya bien entrados los años.
Y —hablando desde lo socialmente bien o mal visto— se tiene el valor de tachar de
incorrecto a aquellos que usan estimuladores de la neurotransmisión o
sucedáneos de los mismos (las comúnmente llamadas drogas), cuando no hay más
que mirar al ser humano para darse cuenta de que los consumidores de drogas (legales
o ilegales) son el vivo reflejo de la sociedad que los ha parido. Una
distinción arbitraria como otras tantas que ha hecho el ser humano desde los
principios.
Aunque el objetivo de esta crítica no es la justificación del consumo de
drogas, sino más bien lo contrario: esto es una nota de desprecio a todo tinte
animista que pueda tener el conocimiento humano. Escupo en el animismo. Ya es
hora —y si no es, apuesto lo que sea a que tarde o temprano lo será— de que desaparezcan
explicaciones del alma, la inteligencia, la voluntad, la motivación o cualquier
cosa por el estilo basadas en algo abstracto.
El ser humano ya ha sido bajado de muchos pedestales a golpe de
evidencia. Quizás ya tenga que bajar de otro más, dejar de creer que hay algo
trascendente y abstracto por encima de todo nuestro ser y darse cuenta de que
todo este ser no es más que el producto de una (eso sí) compleja y estructurada
red de neuronas, que a lo mejor nunca seremos capaces de comprender porque a la
limitación de sus conexiones estamos encadenados.
Con la genética surgida y desarrollada desde Darwin dimos el salto de lo
cualitativo a lo cuantitativo en relación a la procedencia y exclusividad del
ser humano. Quizás (aunque ojalá no se quede en el quizás) con la memética de
Dawkins demos el salto de lo cualitativo a lo cuantitativo en relación a la
procedencia y exclusividad de la mente humana.
Por un lado todo esto es en gran medida desolador dicho desde y para la
condición de humanos en la que nos encontramos.
Aunque por otro lado hay que pensar que quizás los árboles no nos
permitan ver el bosque, por lo que la mejor forma de comprender al ser humano sería
usando la propia deshumanización, quitarnos todo lo que nos hace humanos. Dicho
de otro modo, un enfoque nihilista, donde no existe el concepto de motivación,
aunque tampoco el de desolación.
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